Pero hoy, en pleno 2025, ¿qué nos dice la evidencia? ¿De verdad una nalgada educa o solo genera miedo? Y sobre todo, ¿qué consecuencias puede tener en la infancia?
Aprovechando el Día contra el Maltrato Infantil (25 de abril), vale la pena abrir la conversación, sin culpas pero con mucha conciencia.
El castigo físico NO educa: lo dicen los expertos
La Organización Mundial de la Salud (OMS) y UNICEF son claros: ningún tipo de violencia física hacia niños y niñas es justificable. Incluso si se trata de una “nalgadita” o un “manazo” con buena intención.
Según un estudio publicado en la revista The Lancet, los niños que reciben castigos físicos tienen más probabilidades de desarrollar problemas de conducta, baja autoestima y dificultades en sus relaciones futuras. Además, no se ha encontrado evidencia sólida de que las nalgadas mejoren el comportamiento a largo plazo.
¿Entonces cómo ponemos límites?
Esto no significa que debamos dejar que nuestros hijos hagan lo que quieran. La disciplina sí es necesaria, pero no tiene que doler para funcionar. Algunas alternativas positivas:

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- Nombrar lo que pasa: “Veo que estás muy enojado porque no puedes tener otro dulce. Es difícil, ¿verdad?”
- Ofrecer opciones: “¿Prefieres guardar los juguetes tú o que te ayude?”
- Consecuencias lógicas: Si no recoge, no puede jugar con eso mañana.
- Tiempo fuera (positivo): No como castigo, sino para calmarse juntos.
Al final, se trata de acompañar sus emociones sin que sientan que están solos o “portándose mal” todo el tiempo. Detrás de cada berrinche, hay un niño que necesita guía, no miedo.
¿Y si yo crecí con nalgadas?
Muchos adultos que hoy son mamás o papás vivieron en carne propia esos castigos físicos, y no es raro pensar: “¡Y no me traumó!” Pero ojo, que algo haya sido común, no significa que haya sido bueno.
Hoy tenemos más herramientas, más información y más ganas de criar con amor. Eso también incluye sanar nuestras propias heridas para no repetir patrones sin querer.
Educar sin violencia es posible (y necesario)
Criar sin golpes no es dejar hacer todo, es poner límites desde el respeto y la conexión emocional. La disciplina positiva nos enseña que podemos educar sin lastimar, y que lo más importante no es “que nos obedezcan”, sino que aprendan a elegir lo correcto incluso cuando no los estamos viendo.