Querida yo: la empatía es el mejor antídoto contra el bullying
Hace unos días fui a una plática con la psicóloga Sofía Holschneider sobre bullying —un tema que, estoy segura, preocupa a todos los padres—. Hubo mucha teoría que me ayudó a comprender mejor el concepto, pero lo que más me quedó fue una idea sencilla y poderosa: “el antídoto más efectivo contra el bullying es la empatía”. No lo había pensado así, y me pareció profundamente cierto.
La empatía es clave en la crianza y formación de nuestros hijos. Representa la capacidad del ser humano para entender lo que siente o piensa otra persona, y responder a eso con una emoción adecuada, según el Dr. Simon Baron-Cohen.
Y hay algo muy importante: la empatía no se enseña con discursos, se contagia con ejemplos.
Aunque suena simple, hay que reconocer que esto empieza en los espacios más cotidianos: en casa, en la forma en que hablamos, en cómo tratamos al mesero, en cómo reaccionamos cuando algo nos molesta o cuando alguien piensa distinto a nosotros.
Nuestros hijos aprenden a sentir mirando cómo nosotros sentimos.
Las famosas neuronas espejo hacen su trabajo silencioso: si nos ven responder con respeto, aprenderán respeto; si nos ven burlarnos o juzgar, entenderán que eso también es válido. Por eso, más que decirles “tienes que ser empático”, tenemos la responsabilidad de mostrarles cómo se ve la empatía en acción.
Algunas formas sencillas de practicarla:
- Nombrando emociones: “Te noto triste”, “parece que eso te dio miedo”.
- Escuchando sin interrumpir: mostrando interés genuino en lo que te están contando. (El lenguaje no verbal también cuenta: tu postura, tu expresión facial… y, sobre todo, dejar el celular a un lado).
- Validando lo que sienten: recordando que cada persona reacciona diferente y que su reacción es válida, aunque tú no hubieras actuado igual.
- Haciendo actividades: como juegos de roles o leyendo cuentos sobre emociones.
- Teniendo una mascota: que enseña a respetar a los animales y a empatizar con un ser vivo que depende de su cuidado.
- Siendo empáticas con nosotras mismas: porque un niño que ve a su mamá tratarse con amabilidad aprende que la compasión empieza en uno mismo.
La empatía no es solo ponernos en los zapatos del otro, sino entender que sus pies no caminan igual que los nuestros. Tal vez debamos cambiar el clásico “no le hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan a ti”, por “no le hagas a los demás lo que a ellos no les gusta que les hagan”.
Querida yo, quizá educar en empatía no sea una gran lección, sino miles de gestos pequeños: una mirada que comprende, una palabra que no juzga, un interés genuino, un silencio que acompaña.
Y si logramos que nuestros hijos se acostumbren a mirar con los ojos del otro, no solo estaremos previniendo el bullying, sino construyendo un mundo más humano —empezando por el nuestro.
