Se trata de educar con amor y co-crear una atmósfera armoniosa en la cual nuestros hijos se sientan seguros para explorar, aprender y expresar sus emociones.
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Visualiza esto: no es igual lanzar un grito desde la cocina o incluso recurrir a la temida «chancla voladora» para captar su atención, que ponerse a la altura del niño y establecer una conversación auténtica.
En lugar de imponer, invitamos a nuestros hijos a gestionar sus emociones y a comprender el porqué de las cosas.
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Crianza Respetuosa y Disciplina Positiva
Por ejemplo, en lugar de estallar de frustración cuando los juguetes están regados por toda la sala, podemos sentarnos a su lado y hablar acerca de la importancia de cuidar su espacio y de cómo juntos podemos ordenarlo, convirtiendo la acción en un juego en lugar de un sermón.
En casa podemos llevar a cabo acciones concretas, ejemplo:
¿Has pensado en crear un rincón sensorial o proporcionar una mesita donde tu hijo pueda explorar libremente? Esto podría ser una alternativa a la tradicional técnica del «castigo», permitiéndote corregir sus acciones de una forma que también fomente su comprensión y autonomía.
Pero la magia no se detiene en casa. Imagina estar fuera, en medio de un supermercado lleno de distracciones y lidiando con emociones intensas desbordadas porque no le has comprado un juguete a tu hijo.
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En lugar de llamar su atención desde arriba, ¿por qué no te agachas o te arrodillas a su altura? para acompañar y validar su emoción. Esto no solo te hace más accesible físicamente, sino que también envía un mensaje emocional poderoso. Creas un ambiente de paz y seguridad en el que tu hijo se siente comprendido y respetado.
Podemos cambiar el «siempre me haces enojar» por: «A veces me enojo, mamá también tiene días malos». Podemos cambiar el «si no recoges tus juguetes, no puedes ir a jugar con tus amigos» por: «Vamos a recoger los juguetes para poder ir a jugar con tus amigos».
Tanto mamá como papá pueden lograr una disciplina positiva y eso llevará a un camino sagrado que merece nuestra atención y compromiso. Claro está, no es sencillo, pero es un constante recordatorio de que nosotros somos los adultos.
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Poseemos la capacidad y la responsabilidad de trabajar en nosotros mismos y nuestras propias emociones para ser un faro de calma cuando nuestros hijos enfrenten sus propias tormentas internas.
No se trata solo de lo que decimos, sino de cómo lo decimos. Nuestras palabras pueden nutrir y empoderar, o pueden herir y desanimar.
Al abrazar la crianza respetuosa y la disciplina positiva, estamos moldeando no solo el presente, sino también el futuro emocional de nuestros hijos.