El abuso verbal contribuye a la creación de una crítica interna que incrimina, en lugar de darles valentía en tiempos de tensión.
Un diálogo interno negativo podría causar un gran daño al niño: hará que pierda oportunidades, ya sea por miedo o por no creerse capaz de lograrlo. Incluso puede contribuir a que se deprima y en ocasiones experimente ese sentimiento de fracaso, aun cuando haya logrado lo que quería.
Por ejemplo, un niño de nueve años que encuentra dificultad en resolver un problema de matemáticas, obvio sentirá frustración. Si él ha sentido el apoyo de sus padres que lo alientan en momentos de crisis o tensión («Eres inteligente, no te desesperes y verás que puedes resolverlo»), desarrollará un líder interno que lo ayudará a permanecer en calma y a repetirse frases que le enseñaron en la escuela. Es poco probable que este niño se distraiga por un sentimiento de frustración, al contrario, enfocará toda su energía en resolver el problema.
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La experiencia del éxito crea una actitud de «puedo hacerlo» que sin duda reforzará la autoestima. Pero cuando un niño se ha convertido en el objeto de la repetición de cosas sin razonarlas, tendrá más trabajo en retener la información que se intenta transmitirle. Sentirá frustración y tendrá que lidiar con ese sentimiento al recordar las palabras de sus padres que le dicen que es un «tonto».
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Procesar esta información le llevará tiempo o a la vez puede bloquear su progreso. Puede incluso hacer que «se aparte» o actuará de la misma manera que su padre cuando se siente frustrado. Este diálogo interno sobre cómo manejar este tipo de emociones puede bloquear el desarrollo de áreas intelectuales que le permitan destacar o incluso pedir ayuda.
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En el peor de los casos, un diálogo interno negativo lo llevará a el fracaso, mismo que le reforzará la idea de que en verdad es un «tonto». Creer esto le resultará más fácil que trabajar con la tensión emocional que está viviendo.
El abuso de cualquier tipo se aprende a través de los padres o las personas que están a cargo de la educación del niño. En la mayoría de los casos esta actitud es aprendida y la «cura» que promete romper este ciclo es el recuerdo del dolor sufrido durante la niñez. Cuando un adulto relaciona el daño que le causa a su hijo con el que él vivió de niño, es capaz de sentir empatía por él.
Sería importante preguntar a la pareja la manera en que su padres manejaban el coraje y la frustración. Así, ambos podrán identificar las conductas constructivas y destructivas, con el fin de centrar la atención en cómo se sentirá su hijo al llamarlo «tonto» y qué efecto puede causar en él.