Algo increíble de observar crecer a nuestros hijos es darnos cuenta como ellos van tomando consciencia de su existencia; no solo como una idea romántica, sino que van determinando su personalidad, sus gustos, sus elecciones y preferencias y nos van, de a poco, compartiendo su carácter, mientras van moldeando su propio ser; y en el camino van dejando de ser esos niños chiquitos, y queriendo o no, nos van trayendo de vuelta nuestra propia infancia y juventud y ahí es donde no debemos confundir nuestro rol con ellos.
Nosotros los padres (mamás y papás) tenemos que ser siempre eso: los padres. Por más que nos emocione la idea de creer que nuestra hija o que nuestro hijo son nuestros mejores amigos… ¡Para!, así no es. ¿Y por qué no corresponde serlo? Te cuento:
• Los adultos en nuestro papel de guías debemos poner límites y reglas a favor del mejor desarrollo de nuestros hijos.
• NO debemos proyectar en ellos lo que fuimos o lo que nos hubiera gustado ser de niños y adolescentes, es su tiempo de crecer y no el nuestro.
• Ponerte al nivel de amigos de tus hijos te hace perder credibilidad y confianza (quieras o no); el niño o el adolescente dejan de ver en ti a alguien que se hace cargo y que sabe mas que él, para verte como un igual y eso le genera dudad e inseguridad.
• Puedes tener una buena o excelente relación con tus hijos sin que implique una relación de “amistad”. El respeto y la confianza y el amor son ingredientes básicos, pero la amistad es otra cosa.
• Si elegimos ser amigos de nuestros hijos, para ellos queda vacío el lugar de los padres, esos que regulan los estados de ánimo, las situaciones de riesgo y que son un puerto de estabilidad y de certeza.
• Debemos mantener nuestro lugar de autoridad, límites suaves pero contundentes, que los niños y adolescentes entienden como “acto de amor” = “Mis papás me aman y por lo tanto me cuidan.”
• No es lo mismo tener confianza en nuestros hijos a volcar en ellos nuestras preocupaciones y problemas personales de adultos porque “somos amigos”, siempre podemos ser compañeros, pero no tener una amistad incondicional.
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Un dato interesante está en el libro “La epidemia del narcisismo”, de Jean Twenge y W. Keith Campbell, que refiere que una de las razones del aumento de narcisistas en nuestra sociedad, tiene que ver con el aumento de la simetría o igualdad en las relaciones entre padres e hijos, porque en el afán de “quedar bien”, “de caer bien”, de “estar a la par” o de “ser iguales” a nuestros hijos, perdemos una autoridad que luego vamos a necesitar cuando crezcan.
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En casa somos papás de 4, y mi esposo siempre dice que cada cual debe “entender su lugar en la manada”, al principio me daba risa pero ¡funciona!, cada quién ocupa un lugar y tiene un rol que suma a la familia, con el cual se identifica y nuestros hijos entre ellos son compañeros/hermanos/amigos y a veces no tan amigos; pero nosotros tenemos claro que siempre somos los padres: a quienes nos toca poner las reglas, los límites, las normas y los acuerdos que todos deben seguir y respetar según su edad y gracias a lo cual, funciona no solo nuestra familia en casa, pero cada uno de ellos afuera de casa.
Por más que a veces, un gusto musical, un atuendo de ropa o una actividad física nos da tentación para estar al mismo nivel: NO corresponde; nuestra experiencia de vida es el resultado de nuestras vivencias y edad; podemos compartir, pero NO somos iguales. No tengo que caerle bien a mis hijos todo el tiempo; de hecho, creo firmemente qué, si les caes mal de vez en vez, lo estás haciendo mejor. En casa tenemos el reconocimiento a “la mamá del año” que por cierto me gano muy seguido y es un sarcasmo; no es porque realmente yo sea muy flexible y buena onda; al contrario, es porque limito los permisos, porque tienen horarios, porque me da idéntico si sus amigos, primos y banda que los acompaña hacen “x” o “y”, hay reglas, hay límites, hay una relación mamá-hijos, papá-hijos y NO somos amigos.
Puedo ser (a veces) su persona favorita, otras; la mas terrible del planeta (“la mamá del año”), pero siempre estaré para ellos, desde el lugar funcional de adulto responsable, para prever, dar y resolver y también para marcar hasta dónde y hasta cuándo desde el amor.
Los hijos necesitan a sus papás, no a su compa para pasar tardes eternas de videojuegos o para vestirse y comportarse iguales, necesitan a quien acudir y de quien aprender, no con quien competir o jugar (para eso tienen a sus amigos o a sus hermanos). Puedes compartir actividades y gustos, cada quien, desde su lugar y espacio, lo que vale la pena es dar tu experiencia de vida (lo que has aprendido, lo bueno y lo malo), te toca hacerte cargo de ellos, no caerles bien, no quedar bien. Ocúpate de tu rol con dignidad (es decir; sé el padre o la madre que merecen), él o la que te hubiera gustado tener. No uses su infancia para recuperarte de la tuya.
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