Soy mala madre, pero…
Les comparto el contexto: hemos estado en una convivencia que puede sonar extrema, pero ya son más de 90 días juntos y sin salir de casa. Eso significa que nos vemos y nos sentimos 24/7. En casa somos dos adultos y cuatro niños, sus edades: 11, 9, 6 y 4 años; y la mala del cuento, la mayoría de las veces soy yo; papá se esfuerza, pero siempre gano.
Mi maldad reside en cosas como las que siguen: limitar y restringir el consumo de contenidos digitales, lo mismo aplica para los videojuegos: no pueden (bajo ninguna circunstancia) jugar juegos violentos (Fortnite por ejemplo, es un rotundo no); tampoco pueden jugar en línea con desconocidos, ni usar las pantallas por la noche o la madrugada; soy mala madre porque se tienen que lavar los dientes después de cada comida, al menos dos veces al día y una tiene que ser antes de acostarse.
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Puedo llegar a ser muy mala porque soy capaz de interrumpir una película o serie, si veo que se caen de sueño y apago todo para que vayan a dormir, pero eso es maldad pura. Tampoco pueden tener acceso a redes sociales, imaginen: “sus amigos si tienen Facebook e Instagram”, pero yo soy mala madre y pues conmigo no se puede.
Algo que me hace pésima mamá es que no tienen celular, imagínense a sus 11 y 9 años no tienen un teléfono con línea propia para usar y chatear con sus amigos todo el día. Lo acepto, eso es muy malévolo de mi parte, no permitir que se enganchen a una pantalla mínimo 10 a 12 horas al día escribiendo con otros niños de su edad (ojalá) cosas que no los llevan a ninguna parte.
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Mi maldad se multiplica porque en casa les puse deberes, es cosa grande porque sin distinción de edad tienen que recoger su ropa y llevarla al cesto de la ropa sucia, guardarla en su sitio si está limpia; no pueden dejar zapatos sin usar por la casa, deben de llevar sus platos al fregadero después de comer todos juntos y no pueden comer en espacios que no sean la mesa para comer.
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Para sumar al abuso, les tocan actividades como tender su cama, lavar trastes, aspirar y/o sacudir a los mayores o regar las plantas, sacar la basura, meter ropa a la secadora o guardar los trastes limpios a los más pequeños, (lo sé, es abusivo); encima de todo les recuerdo todos los días que tienen que hablar con sus abuelos en llamada o videollamada y ¡no! es negociable, y cuando lo hacen les recuerdo que les deben de poner atención, conversar porque preguntar “¿cómo estás?” y contestar “bien o mal”, no es una charla.
También soy impositiva con ellos porque desayunamos, comemos y cenamos juntos sin ver pantallas, es terrible lo sé… Comen sin ver YouTube, o una peli, o Tik Tok y a cambio platican entre ellos, adivinan qué ingredientes tiene la comida y encima agradecemos por tener comida y estar juntos.
Tengo que reconocer que yo ya era mala antes de la cuarentena. Los permisos no existen, por ejemplo, para ir a dormir a casa de alguien que no conozcamos profundamente, o sea; eso de las pijamadas a las que “todos” van, ellos no, aunque lo raro es que esos “todos” tampoco. Su papá también tiene algo de “malo”, poco pero se esfuerza, es ese papá que les habla del honor de la palabra, de portarse bien y de no decir o tolerar mentiras.
Somos malos porque el cinturón de seguridad no es opcional así vayamos a la esquina de la casa, ese cinturón que los aprieta, ahoga y a veces les arruina el peinado. Más allá de todo lo anterior, ya pasada de lanza en la cuarentena, les he enseñado a armar sus huertos en casa, que además tienen que cuidar, a separar sus residuos y a usar material para reciclar. Soy mala madre porque tienen que callarse y silenciar sus micrófonos en las clases en línea y no pueden interrumpir a la maestra ni hacerse los chistosos con sus compañeros en horario de clases, porque para sus clases deben de estar presentables: peinados, dientes lavados y buena actitud.
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Soy ese tipo de mamá insoportable que les recuerda que al llegar saluden y al irse se despidan, si corresponde agradezcan y que no participen en abusos hacia otros. Los abrumo porque les hablo de los derechos humanos y a veces tomo el tiempo de la comida o de la cena para hablar de cosas actuales y tienen que tomar turnos para hablar… Ya sé, parece muy abusivo, eso de enseñarlos a respetar la opinión y las diferencias en los demás, además de exigirles no pasar por encima de nadie y no sentirse o asumirse mejores que nadie.
Con María a veces me he pasado de mala, tiene 9 años y no le permito ni le sugiero vestirse para aparentar mayor edad, en su estilo y gusto, pero tiene que usar ropa que represente sus 9 años y no más, eso incluye ropa interior, exterior y zapatos; nada de que parezca una jovencita o señora en miniatura. ¡Pobre María!, tiene que pedir permiso para hacer zoom con sus amigas en horarios adecuados para cualquier familia y no puede tomarse fotos para compartir en línea con nadie, lo cierto es que esa maldad también alcanza a Antonio, no puede mandar fotos propias ni ajenas a nadie y si la letra de una canción tiene contenido violento o sexual no acorde a su edad, pues no se escucha y punto. Lo admito, seguro su mundo se va a acabar entre que no juegan Fortnite y no escuchan reggeaton.
No imaginaba llegar a ser tan mala cuando eran más pequeños, pero ha ido sucediendo con el tiempo, ya saben, maldades increíbles como dejar que se aburran, dejarlos jugar por horas sin ver la tele, sugerirles que jueguen con tierra o que anden descalzos y que luego de sudar, correr y brincar se tengan que bañar. Mi maldad no tiene límites porque ahora en la pandemia sumé un régimen de lavado de manos que les quita mucho tiempo en el día.
Soy mala madre al nivel de no sentarme a jugar con ellos cuando digan o como digan y en cambio los mando a jugar con sus hermanos y ni siquiera les digo a qué jugar, entonces tienen que usar su creatividad e imaginación e inventar a qué jugar y encima de todo, después de jugar tienen que levantar y guardar la mayoría de los juguetes, ya saben el viejo cuento de “aquí vivimos todos y todos ayudamos para que todos disfrutemos”, maldad en su máxima expresión.
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Lo sorprendente es que mi maldad me ha llevado a darme cuenta de que quizá un poco de esa maldad los ha ido moldeado en seres amorosos, pacientes y responsables, que de alguna rara manera mi maldad los atrae y a pesar de ser mala me adoran y quieren estar conmigo y me escuchan, nuestra maldad como papá y mamá se traduce en una familia funcional, que reparte responsabilidades en la que todos debemos pensar en los demás y actuar en consecuencia. No es fácil decir soy mala madre, es más sencillo ser buena, porque para ser buena no hay que poner límites, ni pelear las batallas cotidianas del lavado de dientes, manos, limpieza personal, horas de sueño, consumo de contenidos.
Para ser buena y relajada y amiga favorita de los hijos no hay resistencia, en cambio poner reglas, límites y consecuencias no te hace la favorita. Lo bueno es que no me interesa ganarme el premio a la mamá del año o de la cuarentena, me conformo con formar hombres y mujeres de bien, empáticos, compasivos, solidarios y respetuoso, aunque eso me lleve a aceptar que “soy mala madre”.