Este movimiento tiene todo que ver con el “amor propio”, este amor genuino y no siempre disponible en todas las personas para querernos y aceptarnos, aplicado a nuestra esencia más
profunda y en nuestra representación más mundana: nuestro cuerpo. Resulta que muchas
mujeres hoy se han identificado con estos movimientos y lo fomentan alrededor del mundo para que cualquiera que sea tu talla, tu peso, tu forma corporal, tus medidas y proporciones o tu color de piel, ojos o pelo, estén bien y te sientas feliz de ser quién eres. Esto se ha extendido para incluir a personas con heridas, quemaduras, cicatrices, disparidades, etc., y/o cualquier característica que te haga “diferente” al estándar de belleza.
El tema es que NO todas las mujeres lo viven con esa certeza y muchas de ellas sufren (y mucho), justo por NO estar felices con su cuerpo, y existe un auto rechazo que impide sentir amor propio y eso muchas veces lleva a conductas extremas que pueden incluso poner en peligro la vida (cirugías estéticas extremas, cambios de conductas alimentarias, etc). Estos me lleva a reflexionar que todo lo anterior, lo positivo y lo negativo tienen un origen, y este reside en la manera en que educamos a las niñas (también a los niños).
Expertos en el tema sugieren que más allá de solucionar la NO aceptación del cuerpo, evitar que se dé esa situación de rechazo es mucho más efectivo, y esto tiene todo que ver con la consciencia corporal que tenemos las mamás y la que generamos en nuestras hijas sobre sus cuerpos. Mucho se ha estudiado sobre mujeres que sufren manteniendo un peso o una talla o una buena relación con su propia imagen, muchas de ellas fueron niñas sometidas a ciertas expectativas de belleza: para estar estables en ciertos kilos, alcanzar o no rebasar cierta talla, mantener cierto color o textura de cabello etc., muy de la mano con la conducta que sus propias madres tienen o tenían ellas mismas.
Aquí va de nuez el “niña ve, niña hace”… si yo, mamá, estoy eternamente obsesionada con mi peso, mi figura, mi apariencia y hago de todo por modificarla o mantenerla, incluso a costa de mi propia salud o felicidad; si soy capaz de llevar a mi casa y a la mesa mis dietas y tratamientos
extremos y expreso con facilidad rechazo a mi apariencia y aspecto y al de otras personas, o de mis hijos; es claro que yo estoy siendo el origen del problema.
En este movimiento hay algo de negativo y es que ha desviado de su idea original y hoy se encuentra en los extremos: a veces se interpreta como que rechaza totalmente el estilo de vida saludable (tan importante a ultimas fechas), y que fomenta los hábitos que propician el exceso de peso o la obesidad, y siendo un extremo no puede ser bueno. La anorexia toma vidas, la obesidad también, en ninguno de ambos casos las personas son saludables y esa falta de salud fisiológica a veces trae consigo padecimientos que afectan la salud mental.
También existe el ingrediente de los medios y de las redes sociales que nos muestran
constantemente figuras que aparentan ser “perfectas” en todos los ámbitos: físico, mental,
emocional, sexual, económico, familiar, etcétera.
Vemos por todos lados personas con cuerpos perfectos, caras perfectas, parejas e hijos perfectos, casas perfectas, ¡¡Felices totales!!! Es difícil sentir que perteneces a ese mundo perfecto si tu vida está muy lejos de serlo… Tristemente, niñas y adolescentes están expuestas a la misma información, pero quizá no tengan el criterio suficiente para analizar que pocas veces es real, y que la belleza y la felicidad no son condiciones ni permanentes, ni exclusivas, ni excluyentes de nada ni de nadie… Y que en las redes sociales se capturan momentos aislados y no vidas.
Ni la delgadez extrema ni la obesidad pueden ser metas en la vida de un niño o de una niña, (en general es mas un tema de mujeres); un peso adecuado a nuestra talla es uno de los elementos principales para tener una buena salud. NO es por estética es por salud, y si hay que hacer algún cambio o ajuste en nuestra apariencia (que también está bien), es mejor que suceda desde el amor y no desde el odio.
NO está mal querernos ver mejor y hacer por lograrlo: bajar o subir de peso, tonificar alguna parte de nuestro cuerpo, pintarnos el cabello, jugar con nuestra apariencia, pero porque estamos experimentando, porque queremos vernos algo distintas, a veces es una necesidad; otras una elección; pero que sea desde el amor a mi persona y que eso sea lo que proyecte yo a mis hijos. Me quiero, me cuido. Cuido de mi cuerpo, me sirve, lo respeto, lo agradezco, lo amo.
Enseñar a las niñas desde pequeñas a estar felices y agradecidas con su cuerpo y conformes con su aspecto es la raíz del cambio. Puede ser la solución a un sin número de problemas de autoestima y de inseguridad en la edad adulta. Todos queremos hijos felices y parte de esa felicidad es cultivar el amor propio dejando de darle peso al aspecto de las personas y dando valor a la esencia, valores, personalidad, logros, ideas, etc., de cada quien. Claro que podemos reconocer la belleza, pero no debemos de hacer de ella el tema central en el supuesto valor de un niño o de una niña.
Ningún niño debería de sentir jamás que vale por como se ve, sino por quién es. No condicionemos mas esas conductas ligando la apariencia a las formas de amar. El ser humano tiene todo el derecho desde el nacimiento para amar y ser amado ya para ser y sentirse feliz. Es muy importante transmitir a los niños en la crianza que el cuerpo es perfecto como es y que hay que cuidarlo, y que si tenemos “algo” que nos hace distintos a los demás es algo valioso y no algo que debemos ocultar o que nos haga sentir avergonzados.
El body positive lo podemos incorporar a la crianza sin que esté sujeto a cierta edad, haciendo sentir a nuestros hijos seguros, ciertos, a que tengan una consciencia corporal saludable y amorosa con ellos mismo y nosotras como sus madres con nuestros propios cuerpos. Un niño bien amado, será un adulto que sabe amar, pero sobre todo que sabe amarse.
Ilustración de portada: @catoduys.art