A fin de cuentas, para la mayoría de los padres, por más que quieran apegarse a una teoría o método, la crianza se convierte en un proceso intuitivo donde hay más incertidumbres que certezas.
Si bien no existen recetas infalibles para criar a un hijo sino un aprendizaje y evaluación constantes de lo que funciona o no para cada familia, los científicos han logrado dar con datos concretos sobre las repercusiones del tipo de crianza en el cerebro de los seres humanos. Un estudio publicado por la Universidad de Washington demostró que los niños que se crían afectuosamente tienen cerebros mucho más desarrollados que aquellos a los que se les impone disciplina y distancia emocional.
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Según los neurólogos y psiquiatras que realizaron la investigación, el área del cerebro relacionada con la retención, el aprendizaje y la memoria es 10% mayor en niños cuyos padres los besan, abrazan y acompañan durante la primera infancia; a diferencia de los niños a los que se les aísla, se les carga poco o se les deja llorando por temor a que se «mal acostumbren» y se malcríen. Es decir, el tipo de crianza no sólo tiene repercusiones psicológicas y emocionales sino que afecta directamente el desarrollo del organismo y sus capacidades. El amor nos modifica, incluso estructuralmente.
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Una parte que cabe resaltar del estudio es que en el 95% de los casos la labor de crianza era desempeñada por las madres biológicas; sin embargo, los especialistas afirmaron que se obtendrían los mismos resultados si la labor la realizara el padre, algún otro familiar o incluso tutores o padres adoptivos.