La producción de ácido clorhídrico y pepsina, necesarios en cierta cantidad para la buena digestión, disminuye durante el embarazo. Los músculos del estómago pierden tono y se vuelven más fláccidos, y disminuye su capacidad de contraerse. Como resultado, el estómago tarda más en vaciar su contenido en el intestino.
A medida que avanza la gestación, el útero empuja el estómago hacia arriba y al acercarse el parto se acomoda como una bolsa floja sobre el útero, en lugar de colgar, como lo hace normalmente, en posición semivertical. La pérdida del tono en los músculos, la disminución en la acidez y el cambio de posición del estómago hacen que el contenido intestinal regrese al estómago. Estas alteraciones en la función gástrica son responsables, por lo menos parcialmente, de la falta de tolerancia de los alimentos grasosos, la indigestión, las molestias en la parte superior del abdomen y las agruras que padecen la mayoría de las mujeres embarazadas.
No sólo el estómago, sino todo el tracto intestinal, pierden el tono muscular. Como resultado, el peristaltismo (los movimientos ondulatorios de los intestinos) se vuelve más lento y se prolonga el tiempo que tardan los alimentos en recorrer el aparato digestivo, por lo que se produce el estreñimiento.
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Éste último y las hemorroides, que causan dolor y sangrado del recto, son quejas comunes en el embarazo. Además de la falta de tono intestinal, las mujeres embarazadas pierden el impulso de defecar debido a la presión que el útero ejerce en la parte inferior del intestino y a la inhibición del estímulo del reflejo gastrocólico, que se genera cuando las funciones estomacales son normales. Las hemorroides que aparecen durante el embarazo se deben al estreñimiento, al estancamiento de la sangre en las venas pélvicas y a la presión que ejerce el útero en crecimiento sobre los vasos sanguíneos.
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