Si tú estás en esa etapa, o a punto de vivirla, su testimonio te va a hacer sentir menos sola.
“Pensé que estaba lista… pero no tenía idea”
En su primera experiencia con la lactancia, Karla creyó que estaba preparada. Tomó clases, aprendió métodos, hizo ejercicios de respiración. Todo parecía en orden… hasta que nació su hija Gianna.
“Tenía una cantidad de leche loca”, confesó. Cada vez que su bebé lloraba, ella pensaba que tenía hambre y la alimentaba, sin saber que la estaba sobrealimentando. Resultado: una bebé incómoda y una mamá agotada, con pezones adoloridos, hormonas a tope y sueños vívidos con su casa incendiándose. “Súper chill vibes”, confesó con sarcasmo.
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Lactancia en pandemia
Con su segundo bebé, en plena pandemia, la historia se puso aún más intensa. Karla hizo tándem feeding, es decir, amamantaba a su hija mayor de un lado y al recién nacido del otro. “Me sentía como un bar de leche humano”, dijo.
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Además de dar pecho, también extraía leche, almacenaba y, como muchas mamás, empezó a complementar con fórmula. Pero no cualquier fórmula: confesó que importaba desde Europa porque la lista de ingredientes de la estadounidense la hacía entrar en pánico.
Lo que nadie te dice de la lactancia
Lo que Karla Souza compartió —más allá de los detalles graciosos o caóticos— es lo que muchas mamás viven y pocos dicen en voz alta: que la lactancia puede ser hermosa, sí, pero también difícil, abrumadora y nada intuitiva al inicio. Y que está bien pedir ayuda, cambiar de plan, usar fórmula o hacer lo que funcione para ti y tu bebé.
Karla Souza pone en palabras lo que muchas sentimos: que en la maternidad no hay recetas, y que cada historia (aunque tenga momentos “de locura”) también está llena de amor.
Esto fue lo que Karla comentó sobre la lactancia
«Ok, aquí va mi confesión sobre la lactancia.
Con mi primera bebé, pensé que estaba preparada. Tomé todas las clases.
Método Bradley: check. Ejercicios de respiración: check. Estaba lista… o eso creía.
Pero cuando nació mi hija, Gianna, estaba completamente perdida. No tenía doula, y tenía una cantidad loquísima de leche. Cada vez que lloraba, la alimentaba pensando que tenía hambre. Pero no, en realidad estaba sobrealimentada y furiosa por eso.
Me despertaba cada dos horas, con los pezones en carne viva, las hormonas por los suelos, y teniendo sueños súper vívidos en los que mi casa se incendiaba mientras yo trataba de salvar al bebé… todo súper relajado, ¿no?
Con mi segundo hijo, en plena pandemia, amamantaba a mi hija mayor de un lado y al recién nacido del otro. Me sentía como un bar de leche humano. Fue tierno, pero también completamente una locura.
Extraía leche, la almacenaba y, en secreto, importaba fórmula desde Europa porque la lista de ingredientes en la fórmula de EE.UU. me daba pánico…»
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