A partir de sus 6 años empecé a notar que algo era diferente, ya que de toda su ropa sólo seleccionaba dos playeras para usar; estas prendas únicas e irrepetibles eran combinadas siempre con short o falda. Para ella, vestirse era cuestión de practicidad y principalmente comodidad, según yo.
Al inicio me pareció divertido y me limitaba a reír, dejarla elegir su ropa era parte importante de su evolución personal, aunque en ocasiones tenía que obligarla a usar algún atuendo especial; no sin negociación por que la blusa le picaba o los zapatos no le gustaban.
A medida que pasaba el tiempo, los episodios de frustración eran más continuos y yo seguía sin entender por que no quería usar los lindos pantalones floreados que tenía o la blusa de manga larga con el bello gato bordado. Ya no sabía que hacer, el presupuesto de ropa se había terminado y me preocupaba que todo le picara.
La ropa nueva solía quedarse en un cajón arrumbada y yo hacía cuentas mentales del dinero perdido; pero las quejas de hilos que picaban, etiquetas molestas y cuellos incómodos continuaban.
Desesperada sin saber que hacer y confieso, no después de pocas discusiones, la invité a comprar nueva ropa. Esta vez me aseguraría que probara cada prenda en todas las condiciones posibles: brincar, saltar y sentarse eran parte de las pruebas que yo tenía en mente, sin embargo me contestó con un categórico: NO.
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Decidí dejar el tema y esperar a que la ropa simplemente no le quedara más, hasta que llegó ese día. Tenía una fiesta de una amiga y desesperada dijo: –“ma, no tengo nada que ponerme”– ese era mi momento, salté y la llevé de compras.
En la tienda, seleccionamos muchas prendas y fuimos directo al probador sólo para escuchar: -“me pica, no puedo caminar, no me gusta”-. La desesperación empezaba a apoderarse de mí nuevamente, en parte, por que el chico del probador nos miraba con atención por tanta vuelta y de alguna manera me sentía presionada.
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Después de probarse prácticamente toda la tienda, me tomé el tiempo de revisar cada prenda que ella señalaba como incómoda y descubrí que tenía algún tejido o bordado. Elegimos telas naturales, blusas sin decoración, sin bordes, no ajustadas y encontramos aquellas que es capaz de usar.
Aún deja algunas prendas olvidadas, pero son pocas. Les cuento que lo más importante: aprendí a escuchar y poner atención a lo que dice, por poco lógico que esto me pueda parecer. Mi hija es hipersensible de la piel y no hay ningún médico que me haya dado una explicación lógica, pero lo acepté y pude dar vuelta a la hoja. Dejamos de discutir por eso y sigue siendo una niña feliz.
¡Besos!