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Mamá a los 21

No sirve culpar a nadie, ni tampoco pensar que tu vida “acabó” porque tus planes no salieron tal y cómo querías, al contrario, hay muchas más cosas positivas por vivir.

Me acuerdo de los pensamientos que cruzaban por mi cabeza cuando me dieron esos resultados de sangre en el hospital. Hasta ese día mi vida había sido fácil y mis papás me habían dado todo. Fue la hora más larga de mi vida, no me podía mover y mi peso se hundía cada vez más en el asiento del coche. Leía una y otra vez “dos meses de gestación”. Con los resultados en la mano rezaba que llegara un milagro o que me despertara de ese sueño. ¿Voy a ser mamá? ¡Pero si ni siquiera sé quién soy!

El siguiente paso fue el más difícil: romper las expectativas de la gente que te quiere e ir recogiendo los pedazos persona por persona fue durísimo. Embarazarse sin estar casada era un tema mucho más tabú de lo que es hoy en día, pero el sentimiento de culpa, desesperación y miedo es el mismo.

No se bien cuándo pasó, pero después de los primeros meses de poder procesar que mi vida ya era completamente diferente -acariciando mi pequeña pancita- me llegó una energía muy especial, una razón de vivir, un por qué de todo.

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Mi hijo no escogió nacer en la vida de una niña de 21 años; sólo pensar en lo importante que sería yo en la suya hizo que cambiara mi manera de ver lo que me había pasado. Dejé de ser la víctima para convertirme en la brújula de mi destino.

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Las mamás somos así, no nos damos por vencidas. Si nuestros hijos necesitan algo nos inventamos dos chambas si es necesario y dividimos en miles de cachitos para poder lograrlo. Lo damos todo sin titubear.

Cuando me embaracé estaba a la mitad de la carrera y tuve que posponerla por casi un año. Una noche de desvelo le prometí a ese bebé perfecto que eventualmente la terminaría. No sabía bien cómo lo haría, pero lo iba a lograr. Estudiaba para mis exámenes mientras daba pecho, no tenía vida social… En resumen, hice todo lo posible por salir adelante. Logré acabar la carrera y el día de la graduación mi hijo se soltó corriendo enfrente de todos mis amigos y profesores para abrazarme. Fue uno de los días más felices de mi vida.

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Después de años de mucha paciencia y perseverancia, el trabajo que conseguí me dio la libertad de ser independiente económicamente.

 

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Viví un par de años sola con mi hijo, y fue hasta el 2006 que conocí en mi primera – y única- cita a ciegas, al que se convertiría en mi mejor amigo y esposo.

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Llevamos 9 años juntos, mi hijo ya tiene 18 años – aún no lo creo- y tenemos dos hermosas niñas que llenan todo de ternura. La vida ha sido buena con nosotros y me siento muy agradecida.

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Lo que aprendí de ser mamá a los 21 es que la única que decide conformarse o cambiar las cosas que pasan soy yo. No sirve culpar a nadie, ni tampoco pensar que tu vida “acabó” porque tus planes no salieron tal y cómo querías, al contrario, hay muchas más cosas positivas por vivir.

Hoy estoy dónde quiero estar y con la familia que tengo la dicha de llamar “mía”. Puede ser que mi camino tuvo muchos más baches que el de mis amigas, pero ser mamá joven me ayudó a lograr cosas que nunca imaginé hacer, como poder tener el honor de platicar contigo a través de este blog.

No olvides que eres lo suficientemente buena madre tal y como eres y que nadie podrá quitarte ese lugar tan valioso que tienes en la vida de tus hijos.

Te mando un fuerte abrazo,

Mamá Gallina

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