Me acuerdo que de pequeña jugaba mucho con Irene. En su tiempo libre me tejía ropita para mis muñecas – que aunque jugaba poco con ellas- me daba una ilusión enorme ponerle esos vestidos hechos a mano. También me acuerdo que cuándo tenía miedo y no estaban mis papás en la casa, me subía a dormir con ella y a pesar de despertarla e incomodarla en su cama, me recibía con una sonrisa y mucho cariño.
Sé de otra historia en la que el chofer se dedicaba a jugar fútbol todos los días con el hijo único de la casa después de la escuela. Una vez de cumpleaños le consiguió la camiseta de su equipo favorito con su nombre impreso atrás. Hasta la fecha lo recuerda como uno de los momentos más entrañables.
En México muchos de nosotros crecimos con figuras así, muy cercanas; pero no les hemos podido agradecer su cuidado y cariño ni todos los recuerdos que llevamos dentro.
Hoy que soy mamá veo la relación que mis hijas tienen con María, una cariñosísima enfermera, y a pesar de que se me apachurra el corazón de compartir mi maternidad con ella, tiene un valor único para mi familia. Es la otra mamá de mi casa y da lo que a veces yo no puedo.
Si no lo he hecho claro aún, lo digo nuevamente: gracias a todos los que nos ayudan en casa con nuestros hijos, son importantísimos. Gracias por todo su cariño y tiempo que siempre va mucho más allá de lo que su trabajo pide y que nunca titubean en darlo.
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¡Gracias y muchas felicidades!
Mamá Gallina