No siempre tienen que ser grandes tragedias, puede ser por la muerte de un ser querido, una ruptura, la pérdida de un trabajo o una traición. Incluso puede venir de muchas maneras pero ¿cómo descubrir que está secuestrando tu vida?
Cuando pierdes la libertad de relacionarte, de actuar frente algo o cuando lo que te duele decide por ti y todas tus reacciones y deciciones tienen que ver con eso, mucho más allá de lo que tú quisieras, cuando eres reactivo y en lugar de pensar sólo reaccionas, cuando lo que sale de ti es enojo, cuando te sientes permanentemente molesto ante la vida, cuando ya no eres capaz de dar alegría, amor y ya no eres el que solías ser.
La gente que está secuestrada por el dolor es súper narcicista, sólo están pensando en ellos, en lo que sienten, lo que les pasa y necesitan. Sus hijos, amigos, hermanos y hasta pareja, se vuelven totalmente secundarios. Pero ¿cómo te ayudas o cómo ayudas a alguien más?
Estoy convencida de que pocas cosas cansan tanto como querer ayudar a alguien que no quiere ser ayudado, y cómo dice Mario Guerra “el que no está dispuesto a hacer nada para cambiar, ya pierde el derecho a quejarse”, pero ¿cuánta gente tenemos a nuestro alrededor que está feliz en su dolor y que no tienen ninguna disposición de salirse de ahí? Y es que piénsenlo, llega a ser un lugar delicioso porque te atienden, te ven, te apapachan y te consideran, es decir, te trae ganancias secundarias.
Aunque pasamos por un momento difícil, no podemos olvidar que seguimos teniendo un gran compromiso y responsabilidad para con nosotros, nuestra gente cercana y con la vida misma. Me acuerdo mucho de la frase que define a la felicidad como la obligación que tenemos para no hacerle la vida miserable a los demás. Todas las que somos mamás tenemos la obligación de ser una mejor persona para nuestros críos, piénsenlo, si ya los trajimos al mundo, hay que darles la oportunidad de disfrutar a una mamá un poco más sana.
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Estoy consciente de que se necesita de una gran determinación para decidir que lo que te pasó no le pase a una sola persona más, eso le va a dar otro significado. Revisen cuántas fundaciones y asociaciones de ayuda a otros surgieron de grandes dolores y de grandes pérdidas.
Pienso que la gran clave está en el aprendizaje que decidamos tener de lo que nos pasa, de la historia y de la narrativa que le pongamos a la vida. Tengo muy claro que no pretenderemos ser el Dalai Lama caminando por la vida en túnica blanca y repartiendo paz y amor, pero sí podemos agarrar lo que nos pasa, y decidir salir fortalecidos y mejor preparados para lo que venga en la vida.
Creo que, como papás, tenemos la enorme obligación de educar a los niños para la vida y nada marcará más que nuestro propio ejemplo. La próxima vez que tengan la tentación de sentirse víctimas del dolor, piensen qué tipo de hijos quieren educar, personas que aprendan de sus experiencias o personas que se dejen caer esperando que alguién más les resuelva la vida.