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Carta a mi hijo

Todas le hemos escrito alguna vez una a nuestro niño con todo el corazón.

Mi muy querido, hermoso y adorado hijo:

¿Sabes cuánto te quiero? No podría describirlo porque demasiado es poco, eres el regalo más hermoso que me ha dado la vida.

Cuando eras pequeño, todas las noches antes de dormir me hacías una pregunta: “¿De qué está hecho el cielo, mamá? ¿Qué hay debajo de la tierra? ¿Cómo se hace el cemento? ¿Dónde viven las hormigas?” Siempre trataba de darte la respuesta más lógica. A veces me creías, a veces no. Te daba un beso y te dormías. Creciste y las preguntas se acabaron, empezaste a encontrar tú  mismo las respuestas.

Nunca he tenido la solución perfecta a todo. Siempre te he dado las que creo que son mejores, según la situación. Me preocupo cuando me dices que siempre quiero ganar o tener la razón, no hijo, siempre quiero que tú la tengas. Que siempre esté de tu lado y que la encuentres conforme vayas experimentando y viviendo la vida.

Desde chiquito eras intrépido, travieso y aventado, sin miedo. Eso me ha hecho ser más precavida, más miedosa. Por eso siempre quiero platicar contigo y enseñarte un poco el camino, volver a platicar y hablar y hablar y hablar. Cuando te doy un consejo, no quiero imponértelo, quiero explicártelo, que lo entiendas; no porque quiera ganar, sino porque quiero que tú ganes al aprender.

Discutimos pues no estamos de acuerdo, así será muchas veces. Trato de darte mis razones de por qué no te doy un permiso o por qué te llamo la atención; sí, a veces me altero y me pongo como loca porque no me entiendes. Te cuento mis experiencias y mis secretos porque quiero que todo sea un aprendizaje. Tengo en mis bolsillos 50 mil consejos para ti, por favor no los deseches, cuando crezcas todos te serán útiles.



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Antes te explicaba algo y me dabas la razón, era como tu gurú, me creías todo. Ahora que ya eres más independiente, dudas de lo que te digo y me siento orgullosa de eso aunque me contradigas en todo. Te estás convirtiendo en un hombre, un hombre en el que confío. No sabes la emoción que siento cuando me dices: “Siempre tomo en cuenta tus consejos, mamá”. Hijo, yo sólo te quiero preparar para la vida. No tengo un manual que me explique qué hacer  ni qué decir, sólo tengo mi corazón que es mi guía.

Me angustia no hacer lo suficiente, no decirte las palabras necesarias, no abrazarte en el momento exacto. No quiero recriminarme, ni que me recrimines por no haberte enseñado lo que debía, lo que necesitabas. Por eso mi necedad de explicártelo todo,  enojarme,  felicitarte,  ponerme loca, ser empalagosa, de estar ahí siempre.

Memo, tú ganas porque tienes mi corazón, mi amor y mi dedicación. Nos tenemos y esa es tu ganancia y, aún más, la mía. Pero al final yo también gano.

¡Yo gané, gané al tenerte!

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