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Palabras que lastiman: entiéndelas y quítate la venda de adulto

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Las palabras que lastiman son más comunes en niños y adolescentes. Aprende a interpretar sus acciones y reacciones.

Palabras que lastiman
Cuando un niño o adolescente suelta palabras que hieren, los adultos solemos interpretarlas con “lentes de adulto”. Es decir, pensamos que lo dicen con la misma intención consciente y calculada que tendría alguien mayor al agredir. Desde esa mirada, reaccionamos con enojo, alarma o incluso vergüenza.

Pero el cerebro en desarrollo funciona distinto: en la infancia y la adolescencia esas expresiones suelen ser impulsivas, más una reacción de defensa o búsqueda de pertenencia que un acto pensado para dañar.

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Esto no significa que esté bien ni que debamos disculpar lo ocurrido. No se trata de justificar, sino de entender que aún no tienen la misma capacidad de autocontrol y reflexión que un adulto. Comprender el origen de las palabras no es excusar la conducta, sino darle al niño la oportunidad de aprender: con límites claros, explicaciones y alternativas para relacionarse de manera más sana.

La neurociencia muestra que las áreas que regulan el autocontrol, la empatía y el pensamiento reflexivo (lóbulos frontal y prefrontal) siguen en desarrollo hasta bien entrada la adolescencia (Steinberg, 2014).

Por eso, ante enojo, exclusión o frustración, los niños suelen reaccionar con lo primero que encuentran: un apodo, una burla o una frase hiriente. No es una estrategia calculada, es la dificultad de la edad para regular emociones y expresarlas de forma adecuada.

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El error de usar “lentes de adulto”

Cuando interpretamos esas palabras como si vinieran de alguien mayor, corremos dos riesgos:

  • Si tu hijo recibe palabras que lastiman: piensas que lo humillaron con toda la intención, puedes sobre-reaccionar, exigir castigos desproporcionados o cargar de vergüenza al otro niño.
  • Si tu hijo dijo palabras que lastiman: puedes sentir vergüenza, miedo al juicio de los demás o creer que tu hijo “es agresivo” o “tiene un problema”.

Un ejemplo: un niño de 6 años que abrazaba mucho a una compañera y un día le dio un beso en la mejilla sin permiso. Desde la mirada adulta fue etiquetado como “acosador”. En realidad reflejaba desconocimiento de límites propios de la edad y la necesidad de guía, no una intención de transgredir.

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En ambos casos, lo que los chicos necesitan no es condena, sino adultos que pongan límites claros y ofrezcan herramientas.

Ejemplos de palabras que lastiman

  1. Discriminativas: “indio”, “negro”, “naco”.
  2. De género: “maricón”, “machorra”, o usar “niñita” para un niño y “niñito” para una niña.
  3. Agresivas directas: “tonto”, “chillón”, “bestia”.
  4. De exclusión: “ya no eres nuestro amigo”, “nadie te quiere en el grupo”.
  5. Sarcasmos hirientes: “qué valiente” (cuando se sabe que le da miedo algo), “rey del drama”.

Todas hieren, aunque la mayoría de las veces no miden el impacto real: solo buscan defenderse, herir de regreso o ganar poder en el grupo.

Qué hacer como papás

Si tu hijo recibe palabras que lastiman

  • Valida sus emociones: “Entiendo que te dolió”.
  • Refuerza su autoestima: recuérdale que lo que le dicen no lo define.
  • Dale frases de defensa sin agredir: “No acepto que me hables así”, “Eso que me dijiste me lastima”.

Si tu hijo fue quien lastimó con palabras

  • Habla con calma, sin exhibirlo.
  • Explícale el peso de lo que dijo.
  • Enséñale alternativas para expresar enojo: “Estoy molesto”, “Eso no me gusta”.
  • Refuerza el principio: todos los sentimientos son válidos, no todas las formas de expresarlos.

Empatía para ambos lados

En estas situaciones es común etiquetar: “el malo” y “la víctima”. Pero en realidad, ambos necesitan apoyo:

  • Quien dijo palabras que lastiman, para aprender a regularse y expresarse mejor.
  • Quien las recibió, para proteger su autoestima y no quedarse con el mensaje.

Lo mismo pasa con los papás: tanto los que sienten que lastimaron a su hijo, como los que cargan con la vergüenza de que el suyo lastimó a otro.

Las palabras que lastiman dichas por un niño o adolescente no tienen la malicia adulta, pero sí pueden dejar huella. Por eso no se trata de minimizarlas ni de condenarlas en exceso. La clave está en acompañar:

  • Reconocer lo que pasó.
  • Marcar límites claros.
  • Dar herramientas para aprender.

Al final, nuestro papel como papás no es juzgar, sino guiar. Porque aunque no tengan la misma intención que un adulto, esas palabras sí pueden dejar marca. Y ahí está la oportunidad de enseñarles algo valioso.

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