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La muñeca negra

Aníbal Santiago habla de la importancia de explicarle a los niños que el color de piel de una persona no interfiere en cómo será tratado.

barbie negra

Liani llegó con su piel negra, unas sólidas rastas que conferían a su imagen la virtud del tesón de mujer libre, y una bebé, su hija, envuelta en la espalda con una capa para soportar los fríos de las alturas de Tlalpan, tan distintos a los suyos, los africanos.

Agotadas, supongo, ambas concluyeron la travesía oceánica que les supuso volar sobre un montón de países de tres continentes y abandonaron su claustrofóbico hogar-maleta (entre vestidos, libros, cremas) cuando mi madre volvió de su año sabático y desempacó para darnos unos regalos de la nación más al sur del mundo.

Ya no recuerdo (y lo lamento) la cara que mi hija de cinco años puso cuando mamá sacó de la maleta a Liani, quizá alisó su oscuro pelo alborotado y dijo: “Ten, nietita, te traje una muñeca negra”.

Ignoro si en aquel tiempo yo ya le había explicado a mi hija que todos debemos ser tratados con la misma dignidad aunque varíe nuestro color de piel, que en realidad todos somos iguales aunque por fuera seamos distintos. Pero en un país como México, occidentalizado a la fuerza, lo que solemos ver en anaqueles, casas miniatura o cuartos infantiles son muñecas rubias platinadas, Barbies o variaciones de Barbie cuyo exterior tendrá a lo sumo pizcas de tonos trigueños, pero no tanto como para arrebatarles su blancura.

La mamá de tela viajó junto con su retoño desde Tlalpan hasta la Del Valle, y en la casa donde escribo esto se le asignó como su nuevo espacio una estantería donde convivía con una coneja llamada Coneja, un gato llamado Gato Embarazado y una mona llamada Mónica.

La africana, pobrecita, tuvo una vida sedentaria. No le tocó ser protagonista de picnics en Ciudad Universitaria, ni de aventuras con otras muñecas “hijas” de niñas del barrio que juegan con mi hija. Ni siquiera de la remota tarde en que a la pequeña le ofrecí algo insólito, “juguemos a las muñecas”, un poco extrañada me dijo “mejor hazles sus actas de nacimiento” y me pasó a tres de ellas para que elaborara los documentos.



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La chica de rastas y su retoño tenían su lugar visible en lo alto del cuarto, pero como tantas otras no solían ser las elegidas para nada importante.

Hace unos días, el 5 de febrero, en el asueto le propuse a mi hija: “Saquemos de tu cuarto todo lo que no usas. Tiremos lo inservible y pongamos en una bolsa para regalar lo que aún sirve”. Hubo muchas muñecas que entraron en esta última categoría; entre ellas, la mamá de piel café con su bebita.

El domingo pasado la abuela vino a casa a ver a su nieta y advirtió que la guapa muñeca sudafricana había sido puesta en la bolsa para regalar. Le dolió la decisión, y nos lo dijo. En la noche, cuando mi hija dormía, le pregunté a mi madre cómo encontró ese inusual regalo:

“En Johannesburgo, la capital de un país africano, era imposible encontrar una muñeca negra. Buscaba por todos lados, pregunté en muchos lugares y me decían que no había tal cosa. Increíble. Al fin, después de mucho preguntar vi una en un mercado popular”, me explicó.

Es decir, la muñeca que simbolizaba un ideal, la igualdad de razas, estaba siendo descartada por su nieta. Justo esa…

Dos días después, mirándola por el retrovisor del auto le pregunté a mi hija si entendía por qué le había dolido tanto a la abuela que esa muñeca se fuera de casa. “Sí, papá –me dijo-. Pero no sólo me despedí de ella, sino de muchas otras”.

No dije nada más: del color que sean, en esta casa habíamos proclamado solemnemente que todas eran iguales. ¿O no?

El nuevo hogar de Liani es la casa de mi hermano, donde mi hermosa sobrina rubia jugará con su hermosa muñeca negra.

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