Un día saliste a la fría realidad, donde gente vestida de blanco o azul te toqueteaba para revisar que naciste bien, señoras con la piel arrugada se acercaban para besuquearte dándote la bienvenida a la vida, las manos de mamá te colocaban ante una mamila más grande que tu cara. Sin preguntarte, cualquiera te recetaba palmadas en la espalda para liberar un sonido no muy agradable, algunos escandalosos llegaban a casa e intentaban arrullarte en brazos inexpertos y todos te torturaban con el flash de cientos de fotos.
Luego a mamá se le ocurrió que debías probar nuevos sabores, no todos agradables, y así hasta que el tiempo marcó el inicio de tu independencia con el primer paso que diste y pensaste que las cosas serían más fáciles. Sin embargo, no contabas que el caminar traería tropiezos y las obligaciones, tales como dejar de mojar la cama, cosa que te costó. Claro que eso no fue tan difícil como soportar que mamá traicionó su promesa de amor eterno al llevarte a la escuela.
Con las semanas, saliste adelante del trago amargo del abandono y empezaste a rodearte de personas de tu mismo tamaño con intereses comunes: jugar, experimentar, llorar por nada, hablar, saltar, correr, empujar, defender lo propio y tomar lo ajeno. Después, con la experiencia de tener 6 años sobre la tierra, estabas listo para devorarte el mundo, pero no sabías que antes de eso tenías que pasar años haciendo tarea y estudiando para exámenes, situaciones que ponían estresados y de mal humor a tus padres quienes presionaban a más no poder.
Al llegar a los 13 años, no te gustabas en el espejo y sólo te soportaban tus amigos, igual de insoportables que tú. Darle un beso a tus papás era como comer verduras, a la fuerza. Y así llegó la preparatoria con malas rachas de calificaciones. Aparecieron las primeras grandes decepciones a los padres por el lado inmaduro e irresponsable de ser joven. Aún así, ellos siempre estuvieron ahí, tan rotos e indignados, tan solidarios y entregados.
Con la Universidad tu actitud mejoró y te diste cuenta que tenías mucho tiempo sin hablar con el abuelo a punto de morir, meses sin charlar con tu amigo de la infancia al que la muerte lo atrapó con 24 años y, por si fuera poco, te enteraste que tu papá tenía los días contados. Lo malo, muy malo, fue que despediste a tus seres queridos muy pronto, pero eso te reencontró con tu mamá a quien no le decías “te quiero”, en el espacio corto de un abrazo, desde hacía un buen tiempo.
Libro 90 respuestas claras para mamás novatas.
En algún momento deseaste volver a ser niño para refugiarte de los problemas de adultos, pero sin marcha atrás, había que asumir el costo de tus decisiones. Pasaron años hasta que ya no te sentiste huérfano de padre, encontraste el amor en una dama hermosa que te inyectó alegría y vida. Luego llegaron los hijos, mis hijos, que algún día leerán esto.
La intención de este texto es que sepan que todos pasamos por lo mismo, si bien las historias individuales tienen detalles que cambian el rumbo, en esencia los miedos y fracasos, así como la dicha y las victorias son parte del paquete que la vida nos entrega a todos al nacer.
Sepan que estoy consciente de que ser hijo es muy difícil, entre otras cosas, porque mucha gente espera todo de ti, desde una sonrisa infantil hasta un señor título.
Repito, ser hijo es muy difícil, pero sin afán de molestarlos, ser padre es una tarea mucho más compleja sin mucho margen de error, ser padre no es una ciencia exacta, no tiene fórmulas, no es un algoritmo, es una bendición que se quiere aferrar a la lógica pero se deja salpicar por el corazón que es especialista en salvar o echar todo a perder.
P.D. Hijos, de antemano, disculpen mis fallas que yo ayudaré a enmendar las suyas. Y si algún día están hartos de mi, los comprenderé porque yo estuve harto de los míos. Pero no olviden que cuando me quieran reencontrar estaré en el mismo lugar, con mis brazos dispuestos a sostenerlos, igual que el calor de mi madre y la sonrisa de mi padre que yo algún día guardé para después.
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