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El amor de mamá es ciego

Hay que ponerles un alto aunque no nos guste. Las travesuras no siempre son inofensivas.

 Los hijos hacen las travesuras más adorables. Cualquier cosa que hagan nos parece linda y ponemos caras de bobas, acéptenlo: los ven y se derriten. ¿Y cómo no? Si son encantadores. Y nuestros.

Ayer platicando con mis amigas, como SIEMPRE salió el tema de los hijos (las mamás nunca nos cansamos de hablar de ellos. Sí, si somos monotemáticas). Estábamos hablando de esos juegos pesados que se dan en la escuela, en el parque, en la casa y sobre quiénes son los culpables cuando el juego termina mal.

Mi amiga (otra #MamáBlogger) platicaba de una travesura que un niño le hizo a un compañero de su hijo. Algo inofensivo que terminó en un accidente que nadie esperaba, una travesura sin maldad. Esa historia me hizo recordar una similar con amigos de mi hijo que también terminó en accidente. Varios amigos jugando, una travesura, golpes y el niño fue a dar al hospital. Por suerte no fue nada grave, sólo la angustia y el susto.

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El caso es que a veces cuando intentas hablar con las mamás de esos traviesos para pedirles que hablen con sus hijos y que les expliquen que lo que pasó no estuvo bien, ellas siguen con sus caras embobadas y no ven que un simple accidente en ocasiones puede llevar a algo grave. Ven a sus hijos como unos santos (y sí, todos los son) pero hay que guiar a esos santos para que las situaciones no se repitan.

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“Ya le dije a mi hijo que fue un accidente, que no pasa nada”, dicen las mamás. ¿Como? ¿No pasa nada? Oh, error. Claro que son accidentes, pero no puedes enseñarle a tus hijos que no pasa nada. Hay que explicarles que hay que tener cuidado, que hay cosas que no se deben jugar, o que se juegan de otra manera; que siempre hay que evitar las agresiones, los jaloneos o los juegos violentos. Mi papá siempre decía: “Juegos de manos son de villanos”.



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Es mejor evitar decir: “No fue mi hijo”, “No pasa nada” o “Fue un accidente” porque si siempre justificamos sus acciones, nunca les enseñaremos nada. Como dicen por ahí, no hay peor ciego que el que no quiere ver.

Aceptemos que las travesuras de nuestros hijos por más adorables que sean, muchas veces no lo son. Eduquemos, porque si no los orientamos, las culpables seremos nosotras.

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