La mayoría de las glándulas endocrinas se agrandan y algunas presentan alteraciones en su funcionamiento, pero la mayoría regresan a su estado normal después del parto.
Con el embarazo, el lóbulo anterior de la glándula pituitaria aumenta de tamaño, pero su producción de gonadotropinas (hormonas estimulantes de las gónadas), cesa poco después de que la placenta comienza a producir gonadotropinas coriónicas. La pituitaria continúa secretando las hormonas que estimulan otras glándulas endocrinas. Al acercarse el parto y a medida que cae el nivel de estrógeno de la madre, la pituitaria comienza a producir la prolactina. El lóbulo posterior de esta glándula no cambia de forma ni de tamaño durante la gestación. La tiroides y las paratiroides aumentan de tamaño, pero no sufren cambios en su función.
Ahora bien, los islotes de Langerhans (parte del páncreas encargada de producir la insulina) se agrandan. Cualquier aumento en su función se puede considerar como una respuesta equilibrada del organismo por satisfacer su necesidad de productos para el metabolismo de carbohidratos. El nivel de insulina o de sustancias de tipo insulínico en el plasma, es mayor y la destrucción de la insulina es más rápida.
Hay una elevación en sangre y orina de los niveles de los 17-hidroxicorticoesteroides, que son hormonas que afectan el metabolismo de proteínas, grasas y carbohidratos que se producen en las glándulas suprarrenales; pero no aumenta su efecto porque el incremento en su nivel es contrarrestado por el aumento de la transcortina, una proteína que las inactiva. Al progresar la gestación, hay una elevación en la secreción de aldosterona, la hormona suprarrenal que juega un papel importante en la retención de agua y sal en el cuerpo. Se cree que éste es un mecanismo de protección para equilibrar la tendencia de la progesterona a ocasionar la excreción de iones de sodio en la orina.
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