Las mamás sentimos culpa por todo: por lo que creemos que hacemos mal, por lo que no alcanzamos a hacer bien aunque nos matemos en el intento, por lo que hacen nuestros hijos, por lo que no hacen «bien». Día a día vamos cargando culpa propia y ajena.
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Soy una fiel creyente de que los castigos no enseñan ni educan; infunden miedo y no dejan aprendizaje alguno. Yo no quiero que mis hijos hagan o dejen de hacer cosas por miedo, pero también tengo claro que es necesario que conozcan límites, pero sobre todo que hay cosas que se tienen que hacer porque es lo que toca.
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Así como a las mamás y a los papás tienen ciertas responsabilidades, ellos también. Por ejemplo: lavarse los dientes, dormirse a una hora razonable para su edad y hacerse responsable de ciertas cosas como tender su cama y levantar su plato de la mesa. Para mí es más importante que sepan que hay consecuencias en nuestros actos, tanto para las cosas «buenas» y las «malas».
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Ahora bien, tener tres criaturas no me hace sentir menos culpa por el simple hecho de que «ya sé cómo son los niños», por el contrario, buscar el equilibrio, tratar de ser justa con los tres, de mantener equidad en medio de sus diferencias de edades y habilidades es, por decir lo menos, el reto más grande de cada día y uno de los que más culpa me produce.
Hay cosas que hacen los tres ya sin mi ayuda, pero es evidente que no le puedo pedir a la de 3 años que haga lo mismo que su hermano de 9 ni darle chance a la 5 como lo hago con la más pequeña.
Y en medio de todo esto, cada uno reclama siempre algo, ¿por qué a mi hermana si la dejas cambiarse de lugar y yo no puedo? ¿por qué a mi hermano sí lo dejas ir a tal lado y a mí no?¿por qué a a las niñas les sirves menos que a mí? ¿Por qué a la de 3 si le lees un libro y a mí no?
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No acabaría jamás con la lista de preguntas de por qué uno sí y otros no y viceversa. Entonces cuando por fin el silencio nocturno reina en mi casa, me siento a oscuras en la sala y comienzo yo a preguntarme ¿por qué? ¿Habré sido justa con los tres? ¿Habrá entendido cada uno uno por qué sí y por qué no? La respuesta es siempre la misma «no lo sé, espero que sí». Entonces siento como la culpa me corre por las venas.
La culpa de haber tenido un buen día y en el último momento, cuando la tormenta de porqué’s llega, haber perdido el equilibrio estrepitosamente y sentirme terriblemente mala madre por una cosa que me salió mal.
¡A veces ya no sé si quiero ser justa o solo por un día no sentirme culpable de nada! Y pues peor, más culpa.