En la sesión que tuvimos después de que implementaron el sistema, analizamos que al utilizar los juegos de mesa la mamá se estaba moviendo en el “territorio” de Enrique, un niño que prefiere las actividades manuales, sedentarias, que involucran la creatividad y la planeación. Tomás, el menor, es un niño más activo y prefiere actividades físicas. Entonces les sugerí que también empezaran a incluir los intereses de Tomás en las actividades de convivencia entre los hermanos.
Al papá le pareció una buena idea y propusimos que con mamá, cuyos gustos son más parecidos a los de Enrique, continuarían con las actividades que están haciendo actualmente y con papá buscarían otras que implicaran más movimiento, como jugar a la pelota o salir a nadar.
Otro de las cosas que sugerí es que sería importante que ambos padres empezaran a pasar tiempo por separado con cada uno de los niños; en esta familia en especial esto es importante debido a la diferencia de edad y de intereses entre los niños. Pero, en términos generales, es algo que yo propongo en todas las familias: que siempre que sea posible cada uno de los padres dedique tiempo de calidad a los niños por separado; esto permite establecer una relación más cercana con cada uno de ellos, conocerlos mejor y que ellos los conozcan mejor.
Entonces mientras papá va a andar en bicicleta con uno de los niños, mamá podría ir a patinar con el otro; más tarde pueden reunirse para comer todos juntos y, por qué no, salir al cine o ver una película en casa.
Recuerdo un par de hermanos de 6 y 8 años de edad que peleaban a golpes frecuentemente. La mamá estaba desesperada. Implementamos un programa en el que cualquier conducta que implicara colaboración recibía puntos que ambos podían cambiar por actividades.
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Lo que empezaron a hacer, por iniciativa propia, es que cada uno de ellos compartía su “semana” con el otro; por ejemplo: compraba un helado para él y uno para su hermano y entonces recibían una pelota de colores. La idea era que una vez que llenaran un recipiente con ellas podrían ir juntos a brincar en un centro de trampolines.
Lo más interesante del caso fue que, en un principio, cada vez que hacían una “buena acción” le recordaban a la mamá que debían recibir la pelota. Pero en menos de una semana, se olvidaron de ellas y realmente comenzaron a llevarse muy bien. Esta convivencia ha continuado hasta la fecha ahora que ya son adolescentes y verdaderamente mejores amigos.
Me gustaría pensar que esta actividad fue el parte aguas que les permitió descubrir al amigo que tenían en casa.
Llena su vida de tanto y tanto amor que no quede espacio ni para un solo castigo.
¡Hasta la próxima!