Pasan las semanas sin entender por qué no logro sentarme a escribir. Me siento un poco egoísta de buscar este espacio, ¿no te pasa que te entra una culpa horrible por hacer algo para ti? Pues eso es lo que he estado sintiendo últimamente. Esas sombras que nos siguen a todas partes y que nos acaban dictando lo que podemos y no podemos hacer. Lo peor es que nadie nos lo esta prohibiendo o diciendo, pero nada más no nos damos el permiso.
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Hablando con amigas, me queda aún más claro: todas nos sentimos culpables por algo, sobretodo en el terreno laboral. Sentimos culpa si nos gusta trabajar más que jugar a las muñecas, si trabajamos sólo de medio tiempo, si trabajamos de tiempo completo, si “sólo” trabajas en algo tuyo o porque no trabajas. En cada una de estas situaciones hay una mamá que se siente culpable. Pregúntale a quien sea si trabaja o no y ve su reacción. Cualquiera de las opciones anteriores trae algo de culpa, unas por dejar a sus hijos mucho tiempo, otras por no tener un trabajo “real” y las que no trabajan se sienten “fodongas”. La nube de la culpa no nos deja tener paz y disfrutar lo que vivimos en cada momento, ya sea disfrutar el trabajo que estamos haciendo o disfrutar jugar con nuestros hijos. Si trabajamos queremos estar en casa y viceversa. Parece que ninguna opción esta del todo bien.
A mi lo que no me dejaba en paz –se vale reírse- era la imagen de una ama de casa de los 50’s (aún no entiendo de dónde salió esta fantasía) con peinado abombado, cintura de avispa, maquillada y en tacones jugando con los hijos o cocinando para la familia. Ella siempre esta sonriente y hermosa, aunque a mi no me da esa mirada cálida, más bien desaprueba que traigo la cara lavada y mis tenis converse, los cuales ya no tengo “edad” para usar. Lo que últimamente me ha pasado es que cuando tengo todas las intenciones de trabajar, logro finalmente organizar mi agenda y dejar a las niñas bien cuidadas, se aparece este fantasma de la ama de casa perfecta y me dice:
Libro 90 respuestas claras para mamás novatas.
– ¿Vas a dejar a tus niñas otra vez?
– ¿De verdad vale más la pena ir a escribir en tu “blog” que jugar con ellas?
– ¿No crees que estas siendo muy egoísta?
También se aparece cuando me preguntan cosas tan sencillas como ¿dónde quieres ir a comer? Y a pesar de que traigo un antojo enorme de sushi, por ejemplo, les digo que lo que ellos prefieran porque ¿cómo puedo ser tan egoísta de llevarlos a comer sólo lo que YO quiero?” Y así se van muchas decisiones del día, sin poder ser asertiva y decir lo que en verdad quiero. ¡Qué pesadilla, ésto podría ser una película de Woody Allen!
Tal vez mi juez interno sea mucho más severo que el de las demás, o tal vez lo escuche con más claridad, pero me sorprende darme cuenta de estos diálogos tan juiciosos que tengo.
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Al final no era el fantasma de una ama de casa perfecta lo que no me dejaba hacer lo que quería, sino la culpa no resuelta que llevaba encima, el perder de vista dónde estoy parada y lo que quiero.
El problema que tenemos las mujeres y madres hoy en día, es que no sabemos cual es nuestro lugar dentro de éste mundo moderno. Vivimos confundidas, llenas de culpas y en conflicto al darnos cuenta de que por un lado ser madre es una vocación de servicio la cuál requiere de mucho tiempo, amor y esfuerzo; y por el otro lado no queremos que nuestra vida sea sólo ser mamá de tal o cuál. La mujer no se define solamente con la maternidad, es una de tantas faceta de nuestra vida – diría que la más importante ya que nuestros hijos dependen de ella- pero tenemos muchas otras cosas que ofrecer y cultivar. La clave es darle a cada cosa su medida importancia y prioridad. ¿No creen?
Mamá Gallina